Por Carlos
Darío Sousa S.*
Fuente:lacaracola18.blogspot.com
Hablaba, no
hace tanto tiempo, del Caobo y del Almácigo. De cómo depredaron al viejo amigo
que sirvió para construir parte de las historias de Barahona, con unas
vivencias que alguien puede cuestionar, pero eran tan vividas que la ficción
era poca para tener ante uno, un algo o alguien, que sintió la historia como
presintiendo la muerte.
Hace un
tiempo, escribía que en la carreterita del Batey, que sale a la virgen, hay un
Almácigo que tiene reflejado en su tronco, los avatares del destino y de la
naturaleza depredadora de algunos humanos, que no respetan la honorabilidad
hiniesta de un árbol que tiene por virtud sus años.
El lunes 31
de agosto, del año del señor 2015, como decían antes, sólo quedaba una parte
del árbol. Sólo una parte de su tronco, no vi ni ramas ni rastros de lo que fue
en vida un gran árbol, y que posiblemente se había salvado ya, de la Barahona
Wood Company, o del machete de algún fronterizo, que diría Negro Suero, o de
alguno de los neo-terroristas del medio ambiente, con su abyecto y vil
desprecio por los árboles, o quizás fue que no resistió el brutal o dulce canto
femenino de la nueva sirena, que por esta vez podríamos llamar Érika, y no hubo
un Ulises que se atara a su tronco para defenderlo de ese ulular y del terrible
destino que le aguardaba.
No importa
quién y de cómo fue. El hecho real e indiscutible, fue que su destino estaba
marcado por esa cultura que pierde el coraje de asumir la justicia como un acto
por los valores cardinales, y que se fue unido en el tiempo a su otro amigo.
Como estará por siempre unido a mis recuerdos, y lo más probable, que muchos lo
echarán de menos.
*El autor es catedrático universitario.-
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