BAHIA DE LAS AGUILAS




La playa dominicana que se resiste al turismo

BAHIA 
POR Montserrat Sánchez, desde República Dominicana.

Reportaje
El Mercurio
Fuente    

“Bahía” cumple con todo lo que uno puede soñar de una playa perfecta en República Dominicana. Y tiene todavía algo más: pocos, muy pocos turistas. Pero estas arenas protegidas dentro de un parque nacional parecen cada vez más próximas a cambiar gracias a proyectos de desarrollo y al deseo de sus propios habitantes. Un nuevo polo turístico que -esperan, apuestan- no repita la fórmula masiva del resto del país.
“¿A Pedernales? ¡Pero si eso está muy lejos! Buena carrera que se va a pegar usted”.
La reacción del taxista camino al terminal donde se toma el bus que va de un extremo de República Dominicana (desde la famosa Punta Cana, costa este) al otro (Pedernales, en la zona suroeste) es común cuando los dominicanos escuchan sobre este viaje. El trayecto, poco más de 500 kilómetros, aunque largo, no parece de otro mundo. Pero lo que llama la atención es una cosa: ¿Por qué alguien iría al otro lado del país?
El nombre “Bahía de las Águilas” no ayuda a disipar la confusión. Sucede que ni los propios dominicanos están aún familiarizados con esta localidad, una playa meritoria, llena de reconocimientos, a la que algunos apuntan como la mejor del Caribe y de la que se dice tiene las aguas más cristalinas.
Pronto, se espera, eso cambiará. El anonimato relativo llegará a su fin. “Ha llegado la hora del sur”, dijo el presidente de Republica Dominicana, Danilo Medina, en su rendición de cuentas de febrero de 2015. Pocos meses después anunció un plan de desarrollo turístico para esta olvidada zona. Desde entonces (aunque algunos visionarios partieron antes) se habla de que Bahía, como la llaman los locales, será la próxima Punta Cana. De que llegarán grandes hoteles. De que se impulsará un turismo masivo tipo resort. Y de que, a fin de cuentas, su característica más envidiable en un país donde el turismo manda, esa especie de oasis todavía poco conocido, se perderá entre miles y miles de toallas y reposeras.
“Usted ha llegado a un remanso de paz”, reza el cartel que da la bienvenida a Pedernales, un pueblo fronterizo con Haití, en la provincia del mismo nombre que fue fundada por el dictador Rafael Trujillo en 1957 para consolidar la frontera.
Desde entonces, el pueblo se ha mantenido alejado de los progresos de la capital y de la fama de zonas como Samaná, La Romana o Puerto Plata.
Pedernales es el último de una seguidilla de pueblos a los que se llega tras enfilar desde Santo Domingo al oeste y llegar a Barahona. Los Patos, Enriquillo, Juancho y Oviedo son algunas de las “colonias” que están -una tras otra- en la carretera 44, un camino de dos vías, sin luz y con múltiples controles de policía, que va atravesando estos villorrios de casas pobres donde la gente parece estar más a gusto en las calles que dentro de sus propios hogares.
Los 319 kilómetros de Santo Domingo a Pedernales, la antesala a Bahía de las Águilas, se hacen en seis horas.  Y cuando uno llega a esta localidad, resulta que el aspecto de este municipio no es la excepción a los poblados que dejamos atrás.
Pedernales tiene ese característico letargo de los pueblos todavía ajenos al bullicio de las ciudades más grandes. Hay coloridas casas de un piso y calles de pavimento que muchas veces están desiertas, y otras veces están ocupadas por vacas y gallinas que pasean libremente.Si no fuera por los motoconchos, motos que hacen de taxi y que pueden soportar hasta tres pasajeros además del conductor, a veces este pueblo parecería una foto antigua.
Esta localidad tiene una playa con las características propias del litoral sur (y también de las playas más famosas de República Dominicana): arena blanca y aguas calipso. Pero está mal cuidada y disfrutarla es difícil. El malecón es pequeño y está compuesto por un par de bancos y dos negocios con música fuerte donde venden cerveza.
Así, cuesta entender que Pedernales sea la parada casi obligada para quienes quieren conocer Bahía de las Águilas. En cifras, se podría resumir así: este municipio tiene alrededor de 24 mil habitantes, unos 15 hostales, poco más de 200 habitaciones y un porcentaje de pobreza que ronda el 60 por ciento (algo en lo que quizá influya el problema de la inmigración haitiana, que se dice controlado, aunque es frecuente encontrar niños en la plaza, “pedigüeños” como les llaman aquí, y altas mujeres negras que acarrean canastas sobre su cabeza, vendiendo fruta o ropa en su lengua criolla).
A favor hay que considerar que el 68 por ciento de la provincia es área protegida, tiene dos parques nacionales (Jaragua y Sierra de Bahoruco), una reserva de la biósfera (declarada por la Unesco en 2002) y numerosos atractivos naturales. Desde luego, Bahía de las Águilas, entre ellos.
“Desde que yo tengo 11 años que vengo oyendo esa historia”, dice Giovanni Felivilomal mientras pierde la vista en la costa.
Giovanni tiene 33 años y dice que lleva 29 “navegando por aquí”. Su bote pesquero, detenido frente a Bahía de las Águilas, apenas se mueve. Y eso que no ha arrojado el ancla aún.
“Yo no creo mucho en eso”, dice, refiriéndose al plan de desarrollo turístico para la zona que anunció el Presidente Medina. “Mientras esos hoteles estén allá ‘arriba’ (se refiere a los famosos sectores turísticos de Bávaro, Boca Chica y Punta Cana), no van a permitir que exploten para acá. Porque si explotan acá, van a caer”, dice con total certeza.
Giovanni trabaja en La Cueva, una rocosa caleta de pescadores que es la entrada al Parque Nacional Jaragua. Para llegar a este lugar, lo más común es hacerlo en motoconcho, en un viaje de 30 minutos desde Pedernales abrazado a un piloto por un camino que pronto se torna ripioso y lleno de hoyos. La alternativa es conseguir un buen vehículo todoterreno.
Lo más notorio en la ruta antes de llegar al parque nacional es el color de la tierra: rojiza. Es como un símbolo de la principal ocupación de la gente de la zona: la extracción de bauxita a manos de empresas mineras (las otras ocupaciones más comunes por aquí son en la fabricación de cemento, en la zona franca, la agricultura y pesca), que los camiones que repletan la ruta llevan al puerto de Cabo Rojo para su exportación.
Ese es básicamente el paisaje que hay hasta llegar a La Cueva, donde trabajan 18 embarcaciones que funcionan por “escala” y que hacen el recorrido hasta Bahía de las Águilas, bordeando las rocosas costas del Parque Nacional Jaragua bañadas en agua calipso. En un día bueno, dicen, han trasladado hasta 500 personas. Pero hoy,  desde el bote no se ve a nadie en la costa.
“Por un lado sería bueno (el plan), porque va a haber más flujo de trabajo. No tanto para nosotros que somos pescadores, sino que para los que están en tierra. ¿Usted me entiende?”, dice Giovanni. Se refiere a las colonias que hay antes de llegar a Pedernales. El lado malo, del cual habla con cuidado, es el de la delincuencia. “Esto es tranquilo. Por aquí usted puede andar como quiera. Con el turismo todos esos delincuentes de ahí arriba (norte) van a bajar para acá”.
Giovanni se acerca a la orilla y vara en la arena.
“Yo la aguardo en esa matica que está frondosa ahí. Ahí usted tiene más espacio.  Ya aquí dentro de media hora hay gente”, dice.
Y se marcha.
Son las 11 de la mañana. En los cinco kilómetros que tiene la playa no hay nadie. Eso dura poco. Pronto llega una embarcación y baja quien será la única compañía del día: Marco Argiolas, de Cerdeña, que se encuentra en Santo Domingo visitando a un amigo. Como alrededor no se ve más infraestructura que una caseta, meterse al mar parece la mejor opción. El agua se siente fresca y bajo este día nublado la escena parece una piscina pintada en calipso. Al rato Marco dice que esta debe ser la mejor playa en la que ha estado, “sin contar las de Cerdeña, claro”.
La playa en Bahía de las Águilas es una angosta franja de arena blanca limitada por verdes matorrales. De camino al extremo opuesto de la playa puede sentirse bien la arena: proveniente de arrecifes de coral cercanos a la costa, es fina y tan esponjosa que cede fácil ante las pisadas. La imagen es esta: si se mira hacia atrás, las huellas han desaparecido bajo el suave oleaje; hacia adelante, nada.
Es casi una hora y media de caminata hasta el final de la playa. Una hora y media en la que el único sonido, además de la conversación de Marco, es el viento agitando los matorrales. Si el día estuviese soleado, no habría sombra en ninguna parte para guarecerse (un dato: traer quitasol).
El Parque Nacional Jaragua, que abarca esta playa, protege la naturaleza prístina de las Antillas, particularmente de los ecosistemas áridos y costero-marinos. Tiene gran cantidad de plantas adaptadas a la alta radiación solar y escasa precipitación. Acá se encuentran especies endémicas, como la canelilla de Jaragua, el guanito de Cabo Rojo y el melón espinoso de Pedernales, y también puede toparse con fauna como las iguanas rinoceronte y de Ricord, además de 130 especies de aves, y tortugas que desovan en esta costa: carey y tinglar. Y en ese escenario, Bahía de las Águilas es solo una más de las playas del área protegida. Hay otras de aspecto similar, aunque esas ya están más “intervenidas” por el hombre, como San Luis, Mosquea, las de Isla Beata y Lanza Só.
De vuelta a la playa, se ven conchas vacías de lambí (un caracol comestible), algas moradas y cangrejos blancos. También, por desgracia, algo de basura.  Y es mejor quedarse cerca de la orilla porque más hacia el interior se hacen notar los mosquitos. Al final de la caminata, cinco pescadores haitianos en un bote -que tiene escrito L’eternel Est Grand (“El Señor es Grande”)- chequean la pesca.
De lejos viene el sonido de una tormenta. Es poco probable que llegue: aquí -se dice- prácticamente no llueve y por eso es una de las zonas más áridas del país. Otro chapuzón. Otro poco de caminata. A estas alturas el día ha transcurrido y la tormenta ha avanzado. Los truenos suenan cada vez más fuerte. El cielo oscurece.  Justo llega el pescador que trajo a Marco y dice que hay que irse porque “va a caer agua”. Y a pesar de correr y empujar el bote, cae agua.
El mar está encabritado y el viaje es muy distinto al de la mañana.
Más tarde, cuando el motoconcho ya se aproxima al cartel que anuncia el remanso de paz de Pedernales, con la imagen de Bahía todavía fresca en la memoria, no es esa precisamente la sensación que uno tiene al entrar al pueblo.
Es jueves. Al Hostal Doña Chava, uno de los mejores del pueblo, llega gente que busca habitación. Los días anteriores el lugar había estado silencioso, con pocos huéspedes.
“Cuando se habla de que viene el turismo, se habla de que vino la gente, hizo un edificio tipo ‘todo incluido’, vinieron los autobuses grandes y ya. La gente a veces piensa que eso es el turismo porque ese es el modelo que se ha visto en Puerto Plata y en La Romana”, dice Katia Adames, que es presidenta del Cluster Turístico de Pedernales. Ella cree que esta vez el plan de desarrollo turístico va en serio.
Alta, morena, habla con calma. Está sentada en el Hostal Doña Chava, del cual es dueña. Dice que lo que se busca desarrollar en Pedernales es una forma distinta: un ecoturismo que se implementará a través de un plan que no tocará a los parques nacionales de la provincia. Es decir, que no impactará a Bahía de las Águilas, así que no habrá infraestructura hotelera ahí mismo. Más bien se enfocará en los 14 kilómetros de costa que hay entre Pedernales y La Cueva, la única franja con vista al mar en la provincia que no forma parte del Sistema de Áreas Protegidas.
“El tema del turismo aquí empezó a plantearse desde la partida de la minera estadounidense Aluminum Company of America, a principios de los 80, cuando la provincia pasó de la seguridad económica a depender del comercio irregular con Haití, la pesca limitada y los escasos empleos públicos”, diría Carlos Julio Feliz, periodista conocido en esta provincia, unos días después mientras hablamos sobre la viabilidad de este proyecto.
Autor de varios libros sobre la región, Carlos Julio Feliz también cree que el gobierno ha tomado en serio el desarrollo esta vez. “Luce que los planes serían convertir la zona en un modelo de turismo internacional y probablemente único en el Caribe. No puede ser masificado como el del este o el norte”, dice.
Lo que se sabe del plan que debiera cambiar las cosas en Pedernales y también (aunque no tanto) en Bahía de las Águilas es promover un turismo sostenible, que combine el atractivo innegable de estas playas con otros circuitos de naturaleza a la montaña, por los bosques, por lagos como el Enriquillo y lagunas como la de Oviedo. Y para eso se requiere aumentar la oferta hotelera a unas 4.400 habitaciones, construir mejores carreteras, readecuar la pista de aterrizaje para convertirla en aeropuerto, adaptar el puerto de Cabo Rojo, paralizar las actividades mineras y de producción de cemento -que dañan específicamente el banco de coral-, recuperar dos hoteles en Cabo Rojo actualmente usados por esas mismas empresas y crear senderos y áreas de camping en los parques.
En Pedernales se considera crear un nuevo malecón que reemplace el actual y sea la principal zona de ocio de la ciudad, con ciclovía y paseo marítimo peatonal incluido. Para mejorarle la cara al pueblo.
Sobre el gran tema pendiente, el interés y posible llegada de grandes cadenas hoteleras, por ahora solo se dice que son rumores. Que la idea es aprovechar la belleza de estas playas potenciando los hostales ya existentes.  Y que para eso se están capacitando.  “Nos podríamos complementar”, dice Katia, hablando de otros polos ya famosos como Punta Cana, “pero nunca querríamos ser iguales”.
Esa noche, en Ibiza, uno de los pocos buenos sitios para comer en Pedernales, con comida típica bien preparada, llega a la mesa un pulpo a la criolla, dorado a la plancha, arroz negro y tostones de plátano frito.
Nellis Carvajal, la dueña de Ibiza, una dominicana ya mayor que ha sido testigo de la evolución (y los retrocesos) del pueblo, dice:  “Todo el mundo quiere el turismo porque quiere progresar”. Lo dice mientras, por segunda noche consecutiva, se ve solo un comensal más en el restaurante.
“Aquí hay mucho potencial. La Romana, Punta Cana, Boca Chica, esas partes no tienen el potencial que tiene Pedernales, que es el ecosistema de las costas”, dice Nelly y pasa lista de los turistas que ha visto pasar: vienen de Estados Unidos, de España, de Italia, de Europa en general, y todos vienen porque quieren conocer el lugar tras ese nombre que a muchos dominicanos todavía no dice nada: Bahía de las Águilas.
“Después de haber conocido Bahía de las Águilas, ¿acaso tú no crees que hay un potencial aquí?”.

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