TOMADO DE EL RINCON BARAHONERO
Por Juan Pérez Heredia*
Por Juan Pérez Heredia*
Si usted es una persona menor de 30 años, nacida y criada en la ciudad de Barahona, tal vez los apodos “Lelo”, “Rey del sol”, “Epa” o “Diablo viejo”, no le resulte familiar. Muchos jóvenes no los conocieron, otros, nunca han escuchado o leído sobre esos personajes porque lamentablemente nadie se ha tomado la molestia de escribir un libro que aborde con profundidad el tema de nuestra antropología cultural o social.
A lo largo de la historia, en todos los pueblos siempre han existido personajes (algunos con su propia locura), que, ya en nuestra adultez, resultan difíciles de olvidar. Muchos de ellos, fallecieron y otros todavía están “vivitos y coleando”, deambulando por nuestras calles, haciéndole compañía a nuevos personajes que se van incorporando a esa fauna que llamamos “paisaje urbano”.
Los barahoneros de aquellos años, solíamos llamar a la mayoría de estos personajes “locos” o “sabios”, porque entre ellos había músicos, poetas, filósofos, pregoneros, rosacruces, billeteros, enajenados mansos o violento, y hasta alcohólicos piadosos.
Resulta que en días pasados visité el blog de un barahonero donde hacía referencia sobre uno de mis personajes favoritos, se trataba de “Lelo”, un humilde billetero con rasgo de una persona anciana, pero muy sensible a las burlas. Los niños y adolescentes de aquella época solían vocearle “Lelo, billete pelao” o “Cuernú”, porque supuestamente su esposa, “Suna”, una señora con evidentes trastornos psiquiátricos, se había acostado con todos los hombres del barrio Camboya.
Otro de los personajes que recuerdo era “Rey del Sol”, era un loco tranquilo, nunca hablaba con nadie, salvo para decir en contadas ocasiones “Soy el rey del Sol, arrodíllense ante mi y adórenme”. Deambulaba las calles de Barahona con la mano derecha puesta en el hombro izquierdo o viceversa. La gente decía fue un profesor de matemática que se volvió loco leyendo libros de los Rosacruces y otras logias.
Entre los vendedores informales recuerdo a “Epa” y “Fellé”. El primero fue un vendedor de panes muy singular. En la mañana y en la tarde “Epa” recorría en forma kilométrica la ciudad con dos canasta repletas del producto, voceando con una sonrisa en el rostro “Epa, epa, epa, epa”, sin ninguna muestra de cansancio. Las amas de casa de aquella época adoraban a Epa, porque siempre decía que fiando era que se ganaba los clientes.
Fellé, un vendedor de pasteles en hojas, que tengo entendido que todavía continúa vivo. Este personaje, en su tiempo de vendedor de sus ricos pasteles, fue un amante de las carreras de caballos. Admiraba tanto a Simón Alfonso Pemberton que voceaba sus productos con un timbre similar al locutor y narrador de la hípica dominicana.
Papolo, otro de los personajes conocido de nuestra niñez. Es un enajenado mental que todavía anda por nuestras calles, lo que deja entrever que a veces los locos viven más tiempo que los cuerdos. Con su pantalón corto subido por encima del ombligo, Papolo, solía tirarnos piedras cuando nos burlábamos de él, gritando “como errr diablo, como errr diablo, rrrelaja a tu madre, coñ…”.
De los alcohólicos de aquella época cabe destacar a “Cadete”. Fue un excelente maestro de la construcción, pero su grave problema con el alcohol hacían muchas veces de este personaje un poco enamoradizo e impertinente con las damas que se le cruzaban en el camino. Cuando estaba sobrio era un hombre educado, caballeroso y tranquilo, pero desde que probaba un traguito de ron, el hombre perdía el “juicio”. Estando sobrio andaba con una biblia debajo del brazo, pero cuando se emborrachaba alegaba que Dios le había concedido “permiso especial” para darse unos tragos.
“Cabito, tira peo”. No era un enajenado mental, era un humilde padre de familia que se ganaba la vida empujando una carretilla vieja y pesada por toda la ciudad. Cabito ofrecía sus servicios de carretillero en el mercado público, el apodo se le ganó porque, muchas veces, por el esfuerzo físico al empujar la pesada carretilla, sus intestinos lo traicionaban, involuntariamente solía tirarse pedos a lo largo de todo el recorrido.
Rafael Alcántara (Raffo El Soñador), la tragedia de este artista tocó las fibras más sensibles de los barahoneros al final de la década de los setenta. Raffo deambulaba descalzo toda la ciudad con un saco al hombro, pidiendo limosna a los transeúntes o un bocado de comida. Los jóvenes y adolescentes no podían creer que ese mismo personaje, un loco manso y sonriente, era el que cantaba las tristes y bellas canciones que colocaba Américo Peña en su programa “Recuerdos en la noche”.
Antes de continuar con el tema de los personajes de mi pueblo que aún recuerdo de mi niñez o adolescencia, debo destacar que es muy difícil mencionarlos a todos. Como expliqué en mi primer artículo, existen varias obras escritas por barahoneros que, como este artículo, sólo se limitan a narrar sus vivencias personales o recopilar biografías de ellos, pero ninguna realiza un estudio antropológico cultural o social de sus locuras y/o extraños comportamientos.
¿Por qué todavía lo recordamos? Tal vez porque hacían cosas raras, disparatadas o porque su comportamiento iba en contra de "las normas sociales" de la sociedad de aquella época. Muchos de ellos no tenían ni una pizca de loco, al menos no en apariencia. Eran personas cuerdas, sólo que llenos de misterios, con extrañas ideas o enfermos alcohólicos.
Enemencio.Es uno de mis personajes favoritos y el que más recuerdo. Miembro de una respetable, inteligente y rica familia de Barahona,fue un borrachín contento que dormía tirado en las aceras y contenes de la ciudad. Enemencio solía contar cuentos a los niños y adolescentes con tal de que le dieran dinero para comprar su bebida preferida, el berrón. Sí, ese líquido que les ponen en la cara a las personas mareadas en los velorios. Lo más gracioso de este personaje era que solía beberse una o varias botellas de berrón en cualquier contén de la ciudad.
Chichá, pecao podrío. Fue un personaje inolvidable, no sólo por su complexión delgada y de buena apariencia, sino por la forma muy particular como voceaba sus productos. El apodo “pecao podrío”, se lo puso la gente dizque porque su mercancía siempre olía mal. Decía la mala lengua de aquella época que Chichá, lo que vendía era la sobra o pescados dañados que desechaban los pescadores de la playa Punta Inglesa.
Maricusa, la bruja. No era tal cosa, lo que sucedió fue que, a esa que humilde señora, le gustaba realizar bailes de los palos o atabales en su casa, siempre adornada con altares, imágenes de santos y velas encendidas. El miedo de muchos niños de aquella época era que esa señora era una bruja que chupaba sangre, por eso evitaban transitar por la acera de su casa. Recuerdo que la casa de Maricusa, al igual que la de Luciana, permanecía llena de gente buscando las oraciones o comprando resguardos.
Chele viejo. Reconocido rifero de la ciudad y buen padre de familia. Se ganó ese apodo porque un día se encontró en la calle un chele de palmita, el famoso centavo de la época trujillísta, lo jugó en la lotería y se sacó una pila de cuarto. Cuando trabajaba en una funeraria, su dueño, al ver que Chele viejo tenía un sueño muy profundo y como perdía los clientes que acudían de madrugada a comprarle ataúd, para solucionar el problema colocó en la puerta uno de los letreros más curioso que yo recuerdo en mi vida, “Toque aquí, llameeee, chele, chele, chele, chele, cheleeeee".
Diablo Viejo. Fue un pintoresco vendedor de pescado y cangrejos. Le pusieron ese apodo por el refrán de que "mas sabe el diablo por viejo que por diablo", principalmente porque a la hora de vender su mercancía era muy listo, tenía unas extrañas escusas para convencer a sus clientes. Gracia a su sabiduría, este personaje casi siempre se salía con la suya. Un amigo me contó que una vez una señora quiso comprarle cangrejos, pero se quejó de que las mercancías estaban hedionda, pero él astutamente le respondió que quien olía mal no eran los cangregos, si no él, ya que tenía varios días sin bañarse. En las fiestas Patronales de la ciudad, Diablo viejo siempre ganaba todas las competencias de sacos y “palo encebao”.
Matiita el plebe. Así llamábamos los niños y adolescentes al cuentista Matías Ramírez Suero, un ilustre personaje con una memoria prilegiada.Las decimas y cuentos de Matía prácticamente se perdieron después de su muerte, lo único que nos dejó como legado fue una obra sobre la fundación de Barahona que, una vez terminado de leer el libro, las personas no saben donde comienza la fantasía y donde termina la realidad.
*El nombre del autor de este artículo es un seudónimo.
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