En octubre y diciembre del 2007 sus comunidades quedaron cubiertas por las aguas de las tormentas Noel y Olga. El impacto de los fenómenos naturales hizo que, por un momento, sus posesiones materiales se redujeran a lo puesto. Pasaron de la pobreza a la nada.
Pero hoy aquellas barahoneras se mueven como hormigas estratégicas en diferentes sectores de la provincia.
En Canoa están las que montaron y administran una fábrica de queso, agrupadas en la “Asociación Comunitaria Digna Pérez”.
Son 27 mujeres que se distribuyen equitativamente las funciones y las horas de trabajo.
Ahora mismo no tienen beneficios monetarios, porque están en proceso de expansión, y porque el litro de leche les sale “muy caro” (RD$15) en relación con la libra de queso (RD$100).
Están concentradas en conquistar nuevos espacios de comercialización y en reunir el dinero suficiente para adquirir sus propias vacas. Las ganancias, piensan, llegarán pronto.
“En estos tiempos las mujeres que no se organicen no van a ser nada en la sociedad.
Las asociaciones son muy importantes para mejorar la comunidad”, explica Margarita Pérez, presidenta de la asociación que también participa en los planes de desarrollo de este pequeño distrito municipal.
“El pueblo quería hacer un jengibre por la Navidad. Y la Asociación Digna Pérez compró todo lo que hacía falta y lo preparó”, agrega Mónica Altagracia Batista para poner un ejemplo de temporada. La agrupación recientemente ha participado en la jornada de prevención del cólera, y en diferentes operativos de educación y limpieza.
La quesería funciona en una pequeña casa de madera, alquilada por RD$700 pesos mensuales. Allí las mujeres agotan todo el proceso de elaboración del alimento, y manejan por consenso las cuentas del negocio (cada una fue capacitada para conocer los elementos básicos de la contabilidad).
Las pequeñas empresarias de Canoa consiguieron impulsar un proyecto colectivo y sostenible de desarrollo al participar de los planes de formación y orientación del Programa de Recuperación Post-Desastre que maneja Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).
“Partimos del marco estratégico de esta región, donde las comunidades presentan altos niveles de vulnerabilidad.
De un total de 144 propuestas para el desarrollo de medios de vida, pudimos financiar 25, que han respondido satisfactoriamente en su mayoría”, asegura Benjamín Batista, oficial de acompañamiento del programa para Barahona y zonas aledañas. Batista es el responsable de supervisar los trabajos de las beneficiarias, y de mantenerlas apegadas a la idea de mejoría duradera.
En esa tarea se movió en su jeep hasta la comunidad de Bombita, donde otro grupo de mujeres se dedica a la “siembra” de peces.
Riqueza en los peces
El Centro de Producción Piscícola de Bombita está compuesto por 30 socias, que cultivan tilapia en 15 jaulas desplegadas sobre el estanque de riego del Central Barahona, cuyas autoridades dan respaldo total a la iniciativa.
El Instituto Dominicano de Investigaciones Agropecuarias y Forestales (IDIAF) se encargó de capacitar a las mujeres para que puedan construir las aulas o criaderos que necesiten, y para que sepan manejar adecuadamente la alimentación y la supervisión de los peces.
Célida Marcela, presidenta de la Asociación de Mujeres para el Desarrollo de Bombita, cuenta que en un año el grupo ha podido llevar de 3 a 15 la cantidad de jaulas “sembradas”, lo que ahora permite “cosechar” tilapias de 3 jaulas al mismo tiempo.
““La comunidad se inundó completamente por las tormentas, y duramos 18 días en un albergue. Aunque todavía no nos estamos beneficiando con dinero, estamos seguras de que nos vamos a beneficiar.
Éramos mujeres que no teníamos donde trabajar, y ahora tenemos nuestro propio proyecto”, señala la dirigente comunitaria, rodeada de socias y colaboradoras.
Al frente, sobre las aguas del reservorio, dos jóvenes se percatan de que las mallas de las jaulas estén en perfectas condiciones, “porque los peces no deben salirse”.
En dos cosechas la asociación ha registrado RD$36 mil de ingresos. Con el dinero construyeron nuevas jaulas y compraron alimentos y otros insumos.
No han tenido que salir a buscar mercado, pues la comunidad hace cola para comprar el producto recién sacado del agua.
En el 2007 el río Yaque del Sur cubrió a Bombita. El proyecto piscícola materializado con la orientación del PNUD pretende, según el coordinador del Programa de Recuperación Post-Desastre, que la gente de aquí construya los mecanismos necesarios para superar definitivamente la vulnerabilidad.
Las carpinteras
Benjamín Batista vuelve a mover su vehículo por ocho o diez minutos, hasta detenerse en una casa de Palo Alto. Allí cuatro mujeres conversan, herramientas en mano, sobre las diferentes tareas del día. Son empleadas y propietarias del Taller de Carpintería y Tapicería de Palo Alto, cuya dirección recae sobre Mercedes Milagros Heredia, alias La Buena (el origen del apodo, dice ella, viene de su figura corporal).
El taller abre de 9:00 de la mañana a 5:00 de la tarde, y tiene la costumbre de “entregar” sus pedidos a tiempo.
“Nosotras trabajamos bien y rápido. Nos gusta ser responsables porque este proyecto nos permite mantenernos sin tener que emigrar.
Tenemos una mente nueva.
Nos hemos desarrollado bastante”, dice Heredia, con una sonrisa de labios que se repite en sus ojos.
En estas fechas, apunta, las demandas de trabajo se concentran en el área de tapicería.
Las siete mujeres que conforman el taller adquirieron sus habilidades al participar de cursos especializados del Instituto Nacional de Formación Técnico Profesional (Infotep). Los utensilios de trabajo los adquirieron como beneficiarias del programa especial del PNUD. Y dividen los beneficios finales con el siguiente criterio: 20% para las trabajadoras; 20% para mantenimiento y compra de equipos; y el 60% restante para materiales y gastos corrientes.
Mientras Heredia se encarga de la coordinación general, Margarita Segura es la responsable de tapicería; Carmen Peña de la terminación y Jacqueline Matos de la supervisión.
“Aquí todas trabajamos, y participamos de las actividades de la comunidad. Nos la pasamos entre la casa y el taller”, afirma Ana Luisa Peña, y muestra el olor a ajo de sus manos como prueba de su condición de carpintera y ama de casa.
La historia de Palo Alto, se repite en las frías montañas de la comunidad de Polo, pero desde otro ángulo.
Autor: Jhonatan Liriano
Fuente: Listin Diario
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